lengua

lengua

miércoles, 28 de enero de 2015

EJEMPLO DE CUENTO DEL CONDE LUCANOR


Lo que sucedió a un rey joven con un filósofo (adaptación)
Otra vez, hablando el Conde Lucanor con Patronio, su consejero, le dijo:
-Patronio, yo tenía un pariente a quien quería mucho, y a su muerte dejó un hijo muy pequeño, que se ha criado conmigo. Aunque este muchacho es muy inteligente y con el tiempo será de la nobleza, me gustaría mucho que su juventud no lo llevase por malos caminos. Os ruego que me digáis la manera de conseguir que este mancebo haga siempre lo más conveniente para su cuerpo y para su hacienda, porque no querría que fuera víctima de su propia juventud.
-Señor Conde Lucanor -dijo Patronio-, para que podáis hacer por este mancebo lo que creo mejor para él, me gustaría que supierais lo que le pasó a un gran filósofo con un rey joven.
El conde le preguntó lo que había sucedido.
-Señor Conde Lucanor -dijo Patronio-, había un rey que tenía un hijo y lo encomendó a un filósofo de toda su confianza, para que se educara junto a él.
Al entrar en la juventud, aquel muchacho, ya convertido en rey por la muerte de su padre, comenzó a despreciar las enseñanzas del sabio y a seguir las de otros consejeros que no se preocupaban por alejarlo del mal. Siguiendo el joven rey ese camino, en muy poco tiempo pudo verse cómo su salud y su hacienda estaban arruinándose.
Como la situación era cada vez peor, el sabio que lo había educado sintió gran dolor y pesar, pues no sabía ya qué hacer después de haber intentado de muchas maneras que cambiase de vida ya que su juventud le impedía ser más consciente. Comprendiendo el filósofo que sólo le quedaba un remedio para corregirlo, pensó actuar como oiréis.
Empezó el filósofo a decir de vez en cuando en la corte que él podía leer el futuro en el vuelo y canto de las aves, sin que nadie en el mundo lo aventajara. Tantos y tantos nobles se lo escucharon que el hecho llegó a oídos del joven rey, el cual, cuando lo supo, preguntó al sabio si era cierto que interpretaba el canto de las aves tan bien como se decía en palacio. Aunque el filósofo quiso negarlo en principio, al fin reconoció ser verdad, pero le aconsejó que nadie lo supiese. Como los jóvenes siempre están impacientes el rey, que era joven, estaba ansioso por ver cómo interpretaba los agüeros aquel filósofo; por eso, cuanto el sabio más lo dilataba, tanto más le insistía el rey, que consiguió salir un día muy de mañana con el filósofo para escuchar las aves sin que nadie lo supiera.
Aquel día madrugaron mucho. El filósofo se encaminó con el rey por un valle donde había numerosas aldeas yermas y abandonadas y, después de pasar por muchas, vieron una corneja que graznaba desde un árbol. El rey se la mostró al filósofo, que hizo como si la entendiese.
Después de escucharla un rato, el sabio filósofo comenzó a llorar amargamente, a romper sus vestiduras y a dar grandes muestras de dolor. Cuando el rey mozo así lo vio, quedó muy asustado y preguntó al filósofo por qué lo hacía. El sabio, sin embargo, quiso ocultarle los motivos, pero tanto le insistió el joven rey que el filósofo le respondió que más quisiera estar muerto que vivo, porque no sólo los hombres sino también las aves sabían ya que, por su falta de prudencia, perdería tierra y hacienda y todos harían escarnio de su nombre.
Cuando esto oyó el rey joven, se disgustó mucho y empezó a pensar cómo había llegado su fama a tal estado. Viendo el filósofo la tristeza y la preocupación del rey y que verdaderamente quería enmendarse, le dio muy sabios consejos, de manera que en muy poco tiempo el rey cambió de vida mejorando así su reino y su propia salud.
Vos, señor conde, pues habéis criado a ese mancebo y queréis llevarlo por el buen camino, buscad el modo más ingenioso de que con buenas palabras, buenos ejemplos entienda cómo debe ocuparse de sus asuntos.
Al conde le agradó mucho este consejo de Patronio, obró según él y le fue muy bien. Y como a don Juan le gustó mucho este cuento, lo mandó poner en este libro e hizo los versos que dicen así:

No amonestes al joven con dureza,
muéstrale su camino con franqueza